Mar me propuso escribir un minuto a minuto de mi cobertura de las elecciones, pero fue todo tan desastre ese día que he decidido contarte lo mejor que me llevo de mi viaje a Estados Unidos.
🚀 Esto es WATIF chill, la newsletter en la que reflexionamos sobre este mundo cambiante desde un punto de vista más personal. El resto es… el finde.
No sé si esto le pasa a otros compañeros periodistas, pero siempre que hago coberturas sobre el terreno sufro un pequeño periodo inicial de bloqueo. Como esa primera frase de cualquier texto que tanto cuesta escribir (literal me acaba de pasar), pero llevado a las entrevistas presenciales. Quizá no lo parezca si me has visto hacer el ganso en streams o stories, pero soy una persona bastante tímida en las distancias cortas. Siempre me cuesta empezar a preguntar a desconocidos, aunque todo cambia una vez he lanzado el primer: «Perdona, ¿te puedo robar un segundo?».
Me alegra saber que mis cuerdas vocales siempre terminan produciendo esa pregunta porque tras ella he encontrado algunas de las mejores anécdotas de mi carrera profesional.
¿Un momento destacado? En la fiesta que Donald Trump celebró en Manhattan en su victoria sorpresa en 2016, allí estaba yo robando segundos a los seguidores del presidente-electo pillándose la borrachera de sus vidas. Cogí por banda a un señor de unos 60 años y le pregunté su nombre. «Jhhnojnn Smiihijth», me dijo. Como el de Peter Pan, pero con un litro de whisky encima.
En estas elecciones, viajé a Pensilvania como parte de mi cobertura para La Sexta. Quería ir al estado más decisivo de todos para entender a los votantes que durante tanto tiempo había estado viendo en mapas, datos y encuestas. Lo que me encontré fue, ante todo, desconfianza. Nadie entendía bien por qué quería hacerles preguntas. ¡Y menos en cámara!
El mitin
Estuve en un mitin de Trump en Lititz, un pequeño pueblo cerca de Lancaster (¡tierra de Amish!). Como parte de mi estrategia camaleónica para entrar como público, y no como prensa, decía a los asistentes que yo a lo que me dedicaba era a «la creación de contenido». Tampoco quería asustar innecesariamente a nadie soltando la palabra «periodista». El sector mediático está muy antagonizado en los círculos trumpistas.
Ya dentro del recinto del mitin, en un aeródromo, me alejé de la muchedumbre porque vi que algunos asistentes abandonaban el mitin pese a que Trump seguía hablando. Era una buena oportunidad para conseguir entrevistas fuera del tumulto, pero la mayoría rechazaban salir en cámara aunque luego hablaran gustosamente off the record. Nadie salvo un turista croata me admitió lo que a mí me parecía evidente: el discurso de Trump, errático y deslavazado, estaba siendo un coñazo. La atmósfera, con pocas risas y menos ovaciones, era hasta deprimente. Pero lo revelador fue ver que nadie quería responder a la pregunta que yo quería resuelta: «¿Por qué te vas del mitin antes de que termine? ¿Acaso no has venido a verle a él?».
Una mujer hispana veterana de Irak había ido con sus tres hijos adolescentes. Cuando le hice la pregunta, se giró a mirar a Trump para ocultar cualquier gesto que la delatara. Mi versión de los hechos es que no quería admitir en cámara que no le estaba pareciendo un gran discurso. Y mejor girarse y esquivar la pregunta que protagonizar un clip criticando a Trump que la persiguiera para siempre.
La desconfianza
«No me grabes porque suficiente me la liaron en CNN hace unas semanas», me dijo un hombre demócrata de unos 40 años en el centro de Scranton, la ciudad natal de Joe Biden. Estaba compartiendo un café con dos colegas que me ignoraron. El que sabía de política era él, pero no quería nada grabado en cámara porque la última vez le ardió el teléfono. Según él, en CNN habían tergiversado sus palabras.
El día después, en una zona residencial rica de Harrisburg, la capital estatal de Pensilvania, me encontré con una reticencia similar a hablar en cámara. Me acerqué al garaje de una casa unifamiliar enorme porque vi a un señor de unos 60 años lidiando con el maletero de uno de sus coches. «¿Le importa si me acerco?».
(No creo ser de esas personas que asustan, pero nunca se toman suficientes precauciones en un país con cientos de millones de armas de fuego).
«Primero, cuéntame sobre ti», me espetó cuando le expliqué que era un periodista español recorriendo Pensilvania en busca de respuestas. Normalmente, esa descripción suele funcionar bien en ese tipo de barrios. Los entrevistados quieren presumir de que han estado en Barselona, o que su hijo ha estudiado en Barselona, o que se han enterado por The Wall Street Journal de las últimas noticias de Barselona (aunque en esta ocasión era Valencia, por desgracia; casi todo el mundo había visto vídeos de la dana).
Supongo que vomitarle media vida personal propia terminó convenciéndole para que me contara qué percibía en el barrio, si veía más votantes de Trump que unos años atrás, pero nunca terminé de ganarme su confianza completa. Me fui de allí con respuestas entrecortadas y un «te deseo la mejor de las suertes».
El clip, el tuit
Empatizo con todos ellos. Los medios se han ganado esa desconfianza a golpe de clip. En el frenetismo televisivo, muchos reportajes apenas incluyen unos segundos de entrevistas que en realidad pueden haber durado varios minutos. TikTok ha acelerado la brevedad de ese tipo de intervenciones, facilitando que la descontextualización produzca momentos vergonzantes para quienes nunca quisieron el protagonismo en primer lugar.
La polarización política ha desgarrado todavía más esa conexión entre periodistas y público.
En el mitin, un seguidor con el que hablé un buen rato (¡me escribió luego en Twitter!) supo enseguida lo que pasaría con un comentario de Trump sobre los periodistas que tenía inmediatamente delante («Para alcanzarme, alguien tendría que disparar a través de los medios de fake news. Y eso no me importa demasiado»). Dylan explicó exactamente lo que terminó pasando después: «Se la van a liar por ese comentario y estarán días con ello».
Y efectivamente. Los medios invirtieron horas de contenido en ese comentario. Dylan había visto más de 1 hora de discurso de Trump ahí plantado, aguantando un dolor de espalda, pero sabía y tenía razón en que el foco mediático se iba a poner en solo unos pocos segundos.
Es comprensible que seguidores como Dylan acaben creyendo que los periodistas ya van a esos mítines con marcos preestablecidos y objetivos concretos («Trump es malo y vamos a sacar lo peor de él»). Para Dylan, el pescado ya estaba vendido de antes.
(Mi opinión es que el mitin en general fue un despropósito y que, si acaso, escuchar a Trump atentamente al completo es mucho más revelador de lo errático e incoherente que es, pero creo que entiendo a Dylan).
¡Por eso no querían responderme si abandonaban el mitin por aburrimiento! Con suma probabilidad, creían que solo quería ese clip para confirmar lo que los medios en Estados Unidos llevan tiempo diciendo: la gente abandona los mítines de Trump porque «ya no son lo que eran».
Cuestión de empatía
El público sabe que vivimos en un mundo de información de pequeños instantes virales; que lo que se recuerda es el clip o el tuit. Y no quieren ser partícipes de una producción informativa en la que el protagonismo mediático está tan mal pagado, para ellos mismos o para aquellos a los que siguen e idolatran.
Por eso, y aunque pueda sonar cursi, me quedo con las conversaciones.
Tras mi segundo día de entrevistas, decidí descartar la cámara para poder hablar de verdad con los votantes. Y lo agradecí. Una mujer me explicó con ojos al borde del llanto que no hablaba de política con su marido desde el Asalto al Capitolio. Un hombre invirtió un buen rato en explicarme cómo había cambiado su Scranton desde que cerraran las minas de carbón en la que había trabajado su abuelo a primeros del siglo XX. Y otra señora me propuso sentarme con ella en su porche mientras se quitaba y ponía sus guantes de jardinería al relatar lo poco que le gustaba Kamala Harris.
De todas esas charlas me llevo lo que siempre he considerado más importante en esta profesión: la empatía (con un buen puñado de honestidad). Y aunque todavía no sé con certeza cómo encajarla en este universo informativo tan fragmentado, lo intentaremos.
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Ay, sí, Emilio, totalmente. Yo tengo una sensación muy parecida cuando tengo que preguntar a puerta fría y llevo más de dos décadas de profesión a las espaldas. Es cosa de la timidez. Y tengo una pregunta para ti: ¿te siguen dando vértigo inicial esos directazos que haces con programas como El Objetivo?
Emilio, me pasa lo mismo que a tí al empezar a preguntar por la calle. Por suerte, cuando llevo el micro de la radio en la mano, se me pasa bastante.
Por cierto, creo que acertaste totalmente cuando descartaste la cámara y conseguiste acercarte mucho más a la gente. Esos testimonios y contexto son mucho más valiosos para ti y tus seguidores.