Sindicatos vs. Tecnológicas
El futuro de los derechos laborales y la internacionalización de la lucha colectiva
Hace justo 10 años hice autoestop por primera vez en una carretera de Islandia. Me subí al coche de un ingeniero de Facebook que viajaba junto a su portátil, lo que le permitía explorar el país de día y trabajar de noche cuando llegaba a un hostal. Veinte minutos después me dejó en un punto donde nos iba bien a ambos y nunca más volví a pensar en él. Hasta ahora.
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Hablar con este ingeniero hizo que me diese cuenta de cómo la economía digital había rebajado las barreras a la externalización del trabajo. Para desarrollar software, moderar contenido o categorizar los datos con los que se entrena la IA solo hace falta un portátil y buena conexión a Internet. Sin embargo, lo que es una bendición para el expat que trabaja en remoto desde un destino más idílico que su país —ejem, las colonias de guiris que están gentrificando Barcelona— puede ser también una condena para el empleado al que se subcontrata bajo malas condiciones.
En Silicon Valley, meca tecnológica en Estados Unidos, los sindicatos son algo relativamente nuevo. Basta con saber que el primer acuerdo de negociación colectiva del sector en el que se pactó una mejora de las condiciones laborales fue en 2021. Durante décadas, sus trabajadores de cuello blanco —ingenieros, diseñadores, estrategas…— vivían tan bien que no vieron necesaria la creación de un sindicato. ¿Para qué discutir con una empresa que te paga 250.000 dólares al año, te permite comprar acciones y cuenta con una oficina con sala de masajes? Los sindicatos, vistos cómo una estructura vieja que pone palos a las ruedas de la eficiencia, no casaban con la visión libertaria del valle.
«En Estados Unidos se vive la empresa como una familia, así reducen los problemas de los trabajadores a cuestiones individuales que deben negociarse uno por uno. Y si no te gusta te puedes ir», me explica Jaime Caro, doctor en Historia Contemporánea especializado en el movimiento obrero y el socialismo estadounidense. Esta concepción nacional es importante porque es la que se exporta a otros países.
Sindicalismo al alza
En los últimos años, el sector se ha dado de bruces con los despidos masivos realizados tras la pandemia y con el temor a que la IA los sustituya, lo que está despertado la conciencia laboral de muchos trabajadores. Aunque sectores como el gaming ya estaban fuertemente movilizados, el sindicalismo ganó popularidad en Silicon Valley alentado por la administración Biden. Aún va en pañales, sí, pero ya empieza a andar. El pasado 1 de junio, sin ir más lejos, Microsoft —única Big Tech que ha aceptado los sindicatos— cerró su primer contrato sindical en el país con los empleados de la firma de videojuegos ZeniMax, de su propiedad, en el que acordó una subida salarial del 13,5 por ciento.
Otros gigantes como Amazon o Tesla optan por destinar miles de millones a agresivas políticas antisindicales. Elon Musk incluso ha amenazado con despedir a los empleados que participen en huelgas, algo ilegal. Pero, aun así, les ha funcionado. «Ganan a los empleados por talonario: dilatan aposta los juicios porque se pueden permitir pagar una millonada para ahogar a los trabajadores que no tengan el apoyo económico de los sindicatos», apunta Caro.
Imperios tecnológicos
Apple, Google o Meta no son sólo empresas, sino imperios transnacionales. Más allá de los jóvenes con sneakers que imaginamos trabajando en oficinas californianas mientras beben té matcha y juegan a ping-pong, la cadena de producción de la que dependen sus milmillonarios beneficios se ancla en la mano de obra que subcontrata en el Sur Global. Externalizar la fabricación de sus móviles o la moderación de sus contenidos fue esencial para su crecimiento, pero la expansión de ese modelo ha golpeado los derechos de muchos profesionales. «Cada vez hay más trabajadores dispuestos a competir de forma salvaje para acceder a salarios cada vez más bajos», me explicó hace un tiempo el investigador en tecnopolítica Ekaitz Cancela.
¿Qué pasa con ellos? A diferencia de otras industrias tradicionales, en la economía digital se subcontrata a operadores de call centers o riders para trabajar solos y aislados, una individualización que los invisibiliza y dificulta la empatía que lleva a la lucha sindical. Muchos de ellos, además, están encadenados a acuerdos de confidencialidad que les prohíben compartir sus experiencias. «Parece una trampa», explica un moderador de contenido colombiano a la revista Jacobin.
¿Hacia un sindicato transnacional?
Para evitar la competencia que, en palabras de la Internacional Progresista, «enfrenta a los trabajadores en una carrera hacia el fondo», cada vez más profesionales del sector no solo apuestan por organizarse por primera vez para así exigir mejoras a sus metrópolis empresariales de Silicon Valley, sino también por una acción colectiva transnacional que vaya más allá de las fronteras.
Pensar que los ingenieros de Apple tomarán las calles de California para que los ensambladores del iPhone en China cobren más suena utópico, lo sé. Pero hay ejemplos para la esperanza. En Suecia, la rebelión de un pequeño grupo de mecánicos de Tesla contra la negativa de Musk de firmar un convenio colectivo despertó una ola de solidaridad entre estibadores, electricistas, operarios de limpieza y correos e incluso entre compañías de seguros y fondos de pensiones del país y de las vecinas Dinamarca, Noruega y Finlandia. La huelga, que se alarga desde hace más de 600 días, ha logrado que, por ahora, el magnate no sepulte el modelo laboral sueco.
También hay otras iniciativas que se abren camino. Es el caso de Make Amazon Pay, una campaña global que protesta contra los abusos de la compañía durante la semana de más negocio del año, la del Black Friday. O el de la reciente alianza entre moderadores de contenido de países como Ghana, Turquía, Polonia, Filipinas, Kenia, Alemania o Colombia.
Tendencia de futuro
Caro advierte que el caso escandinavo es difícilmente replicable, pues la huelga de solidaridad «no está estipulada en la mayoría de países». Aunque se tiende a la internacionalización de la lucha, la diferencia entre las leyes laborales de cada país entorpece la labor sindical. «Es bonito compartir experiencias y objetivos, pero por ahora ningún intento transnacional está funcionando», me explica.
Por eso cree que el futuro pasa por que los trabajadores se centren en la acción nacional, se unan a sindicatos cada vez más grandes y resistentes y usen los éxitos de otros países como ejemplo. Si hay que ganarle la guerra al imperio de las Big Tech, mejor hacerlo batalla a batalla.
En el pódcast que te dejo aquí debajo, Caro nos ayuda a profundizar sobre este panorama que afrontan los trabajadores tech en un mundo digital y globalizado.
El semáforo
🟢 La UE no pausará su regulación de la IA. Tras intensas semanas de presión por parte de las Big Tech, la Comisión Europea ha confirmado que «no parará el reloj» y mantendrá la aplicación de la pionera normativa que pone límites a modelos generativos como los que usa ChatGPT. Esas obligaciones empezarán a aplicarse el 2 de agosto.
🟠 TikTok prepara una nueva app. El gigante chino ByteDance lanzará en septiembre una nueva versión de la plataforma de vídeo en EE.UU. mientras Trump trata de forzar a la compañía a que venda su negocio a un grupo de inversores «no chinos», según The Information.
🔴 IA para suplantar. Un impostor desconocido ha utilizado un software de IA para clonar la voz de Marco Rubio, secretario de Estado del gobierno Trump, y contactar con, al menos, tres ministros de exteriores de otros países, un gobernador y un miembro del Congreso de EE.UU., ha desvelado The Washington Post.
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Temazo. Es muy bienvenido, porque no nos sobra la esperanza de esta re-colectivización en los tiempos que corren.