Hay un tema que se ha colado en las conversaciones con mis amigas de forma paulatina. A veces con envidia, otras con desesperación: todas tratamos de ahorrar para comprarnos una casa. No es algo anecdótico; más bien la realidad extendida: queremos ser propietarias y dejar de pagar el alquiler al casero. Hace un tiempo nos dimos cuenta de que algunas no podremos hacerlo. Comprar una vivienda se ha convertido en Los Juegos del hambre en versión inmobiliaria. Un «tú sí, tú sí, tú no» a gran escala. La pregunta es: ¿y si la solución pasara por reimaginar la vivienda tal y como la conocemos?
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En El secuestro de la vivienda (Ediciones Península), Jaime Palomera cuenta la historia de una joven que, junto a sus padres, calculó cuántas nóminas necesitaría para comprar una casa. Mientras sus padres necesitaron 20 nóminas –algo medianamente asequible, pensarás–, la chica requería de 130.
El acceso a la propiedad se ha vuelto casi imposible, lo que nos lleva a replantearnos, desde otra perspectiva, aquello que el CIS identifica como el mayor problema de nuestra generación. ¿Y si la clave estuviera en separar el derecho a una vivienda de la necesidad de ser propietario? ¿Es posible transformar soluciones aisladas en modelos sostenibles y escalables? Vamos a verlo.
Compartir, la clave de todo
«La arquitectura es un reflejo de la sociedad y los modelos de vivienda actuales no se ajustan a la forma en la que queremos vivir», me explica la arquitecta Blanca Pedrola. Me pone varios ejemplos: buscamos la conciliación, pero las cocinas continúan siendo lugares apartados y pequeños en la mayoría de ocasiones; abogamos por transportes más sostenibles, pero la bicicleta no cabe en casa; queremos reciclar, pero no tenemos espacio para colocar cuatro cubos de basura; tememos algún día perder movilidad, pero los pasillos son tan estrechos que probablemente no cabría una silla de ruedas.
Por ese motivo, Blanca plantea que las construcciones se adecúen a las necesidades sociales. Además de garantizar una vivienda digna y sostenible, propone poner la cooperación en el centro de la ecuación y construir pisos con espacios comunes más amplios, como bibliotecas, áreas de trabajo, huertos o salas de herramientas, con taladros o sillas de bebés. La idea se alinea con el ejemplo de cooperativa de La Borda, en Barcelona, donde el Ayuntamiento cedió el suelo a un grupo de vecinos que construyó la promoción en la que viven. Ahora, el patio interior está lleno de bicicletas y en los buzones de madera, confeccionados por los residentes, descansa cada casco. El modelo es ampliamente usado en Suiza y se ha convertido en la solución habitacional para el 20 por ciento de su población. Aun así, Blanca reconoce la limitación: la gente es muy reticente a prescindir de su propia lavadora. «Hace falta una transición para que nos acostumbremos a compartir más», me dice.
Para la arquitecta, la clave está en que la administración impulse nuevos modelos que garanticen seguridad sin depender de la propiedad.
A caballo entre la compra y la comunidad
Mientras buscaba soluciones alternativas a la vivienda tradicional, encontré Yorsio, una plataforma creada por dos jóvenes emprendedores que quiere ayudar a quienes comparten piso a comprar la habitación en la que residen. Sara Recalde, su cofundadora, me cuenta que el modelo funciona como un «alquiler con opción a compra». Además de alquilar y poner a la venta otras propiedades, están desarrollando sus propias promociones, planteadas como un coliving glamuroso: el usuario alquila su habitación con opción a compra y puede disfrutar de los espacios comunes, como la piscina.
En Yorsio no se limitan a alquilar una porción de habitaje; crean «comunidades inteligentes» donde estrechar lazos. Por eso, sus usuarios responden a un test de compatibilidad (el Tinder de la vivienda) para asegurarse de que están alineados y comparten intereses. Según Sara, el futuro de la sociedad pasa, dado el contexto en el que nos encontramos (baja natalidad o envejecimiento de la población), por compartir. En este sentido, ve a Yorsio como parte de un nuevo paradigma, similar al de plataformas colaborativas como BlaBlaCar y Uber. En todas ellas, plantea, rentabilidad y colaboración van de la mano.
Desde Yorsio confían en que han creado una nueva categoría habitacional que busca «ser un trampolín para las nuevas (y no tan nuevas) generaciones». Sara me dice que apuestan porque el mercado de la vivienda sea mucho más líquido. «Queremos que comprar y vender porciones de vivienda sea tan sencillo como comprar y devolver una camisa en una tienda como Zara: totalmente flexible, digital, que no te haga sentirte atado y que te empodere para dar el salto a comprarte una casa».
«¿Vivirías ahí?», le pregunto, en referencia a la nueva promoción que están construyendo en Valencia con 17 o 18 habitaciones con opción a compra. «Claro», me contesta.
Entonces ¿qué?
Cuando el ascensor social está averiado y la cultura del esfuerzo no siempre se traduce en acceso a la vivienda, solo la política puede garantizar el derecho a un hogar digno y asequible.
Hemos estado en el Parlamento Europeo charlando sobre la vivienda del mañana. En nuestro nuevo pódcast de WATIF, debatimos sobre si realmente hay que reimaginar el modelo actual. Ojo a la pregunta sobre si los tres eurodiputados que entrevistamos son propietarios. Sus respuestas, también, nos dan muchas pistas del presente y del futuro.
Notas de la redactora
Cuando nos propusieron visitar el Parlamento Europeo, rápidamente supimos que queríamos abordar el tema de la vivienda. Este informe de INNUBA nos dio algunas claves sobre cómo podíamos repensar la vivienda y en él descubrimos uno de los casos más alucinantes: el de Fred Frohofer, en Suiza. Él vive en Kalkbreite, una cooperativa donde se puede alquilar hasta una sauna. «En vez de vivir en un apartamento, deberíamos vivir en grandes hoteles que mantengamos nosotros», dice. En otras palabras, residir en una especie de hostel los 365 días del año.
Gracias al libro de Jaime Palomera, conocí la verdadera historia del Monopoly. Lejos de tratarse de arruinar a tus amigos cuando caen en tu calle, la idea original incluía un bote común que cualquier jugador podía usar para evitar la bancarrota. Podrás encontrar esta y otras historias aquí.
El semáforo
🟢 La ciencia avanza. Un equipo de ingenieros estadounidenses ha desarrollado un marcapasos tan pequeño –más, incluso, que un grano de arroz– que puede inyectarse en el cuerpo de manera mínimamente invasiva. Al final de su vida útil, el dispositivo se desintegra dentro del organismo. Uau!!!
🟠 Tinder se lanza a la gamificación en EE.UU. La app lanza un nuevo juego impulsado por inteligencia artificial que busca ofrecer a los usuarios «un espacio divertido y libre de prejuicios para experimentar y ganar confianza antes de entablar conversaciones en la vida real». ¿En qué se traduce eso? La IA genera escenarios propios de una comedia romántica y tú puedes recibir feedback sobre tus respuestas y ganar el juego si el personaje de IA acepta tu cita. Suena bastante parecido a ligar con un chatbot, ¿verdad?
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Tantas soluciones parecen capitalismo comunista, nichos y más nichos pero al ser tan minúsculos no logran tomar fuerza, creo que es el juego de la suma cero y entrelazó el tema con tu último comentario, nunca sabemos cuánto este universo digital nos está uniendo o separando . Gracias por la información y la reflexión!!! Me voy a tinder a jugar jajaja